Maeve.
Para los que no lo sepan, tengo que empezar aclarando que el síndrome o mal de Diógenes es un una enfermedad, un desorden de la conducta, que hace al que lo padece ser incapaz de dejar de acaparar todo tipo de objetos, llegando al extremo de acabar viviendo aislado en un estado de abandono absoluto rodeado de basura y desperdicios.
¿Y a qué viene esto del mal de Diógenes? Pues a que creo que existe una variante de este padecimiento que sufre mucha más gente, entre las que reconozco que me incluyo.
Hace poco, en una conversación con una amiga en la que hablábamos sobre todo un poco, al despedirme, acabé bromeando y diciendo que necesitaba urgentemente un organizador de vida. Pocos días después leí una frase que me lo volvió a recordar. Y entonces empecé a pensar en algo.
Caí en la cuenta de que nuestra vida está plagada de accesorios y aparatos para organizarlo y clasificarlo todo: nuestros contactos en los teléfonos móviles con sus agendas, carpetas de mensajes, sus grupos, su todo; la mitad de la información de nuestra vida en los ordenadores con sus innumerables programas, carpetas de documentos, de fotos, correos salientes, entrantes, borradores, spam; los momentos de entretenimiento en canales de televisión, unos de noticias, de música, infantiles, documentales; la ropa en los armarios en perchas, en estantes, en cajones; la comida y los cacharros en la cocina, un sitio para congelados, otro para conservas, otro para la cristalería; todos nosotros en casas y edificios con sus números, sus portales A, B, C, D, su planta 1, 2, 3 …
Todo parece tan lógico. No se nos ocurriría guardar un par de zapatos de la talla 42 que nos regalaron si calzamos un 38, o lavar los platos en la bañera, ni almacenar una tonelada de tarros y envoltorios de cosas que ya consumimos, ni llenar los altillos de los armarios de bombillos fundidos, ni tampoco guardar un trozo de bocadillo bajo la cama por si el mes que viene tenemos hambre. En estos temas, aprendimos rápidamente y sin dificultad dónde y cómo va cada cosa, lo que sirve y lo que no. Cada uno de los actos cotidianos que realizamos surge de una manera natural y espontánea …
¿Entonces? Me vienen todas estas preguntas: ¿Por qué nos cuesta tanto aplicarlo a otros aspectos? ¿Por qué será que nos confundimos tanto al “compartimentar” nuestra mente, nuestra vida? ¿Por qué no resulta tan sencillo desechar lo importante de lo que no lo es al igual que hacemos con el correo? ¿Cuál es la razón de sea tan complicado deshacernos de todas las cosas y los sentimientos que no nos son útiles o que nos dañan como lo haríamos con un cuchillo o unas tijeras que no cortan? ¿Cómo curarse de esa tendencia por acapararlo todo en nuestras cabezas?
Deberíamos poder abrirnos como las puertas de un armario, vaciarnos por completo como los cajones de la cocina y quitar la mierda bajo las alfombras. Un día de pronto sin más contemplaciones “desmantelarlo” todo, tirarlo todo al suelo y empezar a poner orden: esto nunca me gustó, a la basura, esto me queda pequeño, fuera, esto me queda grande, también fuera, esto no me acordaba de que lo tenía, lo rescato, esto que tanto busqué estaba sepultado bajo un montón de basura…
Y así, tan fácil, tirar lo malo, guardar lo bueno, y enmarcar bien a la vista lo mejor para que no se nos olvide. Y después ir en busca de la escoba, la fregona, el paño del polvo, dar una última pasada, y dejarlo todo reluciente, nuevo y perfumado y sentarse sintiéndote satisfecho y orgulloso después del duro trabajo.
¿No sería genial?