Maeve Pérez
Ya llegó “San Valentín”, el día de los enamorados ¡Vaya por Dios! ¡Menos mal que nos lo recuerdan! De no ser por esta inestimable ayuda habría por ahí millones de enamorados que no recuerdan que lo están.
¿De dónde surgió esto de “San Valentín”? Pues no lo sabemos exactamente. Hay varias teorías, unas dicen que de la antigua Roma donde se adoraba a Eros, dios del amor, a quien los romanos llamaban Cupido. Se le ofrecían regalos para conseguir encontrar al enamorado ideal. Si esto fuera verdad, ya sabemos quién fue el primero en sacarle rentabilidad al asunto.
Otras teorías dicen que la fecha del calendario romano dedica el 14 de febrero a recordar a dos santos cristianos, uno de ellos San Valentín, sacrificado por el emperador romano Claudio II, por casar parejas cuando estaba prohibido, parece ser que ellos creían que los soldados casados, al tener más ataduras, no eran tan eficientes como los solteros.
Venga de donde venga, veo más preocupante a dónde va. Sinceramente, no es que yo sienta antipatía por ese regordete con alas. ¿Cómo me va a caer mal un ángel rubio y orondo con alitas incorporadas? Tampoco tengo problemas psicológicos tan graves para estar en contra de los enamorados. ¡¿Qué mas quisiéramos todos que vivir bajo una borrachera de enamoramiento constante?! Ni pienso que los regalos estén de más, ¡por favor! ¡Si no hay experiencia que me entusiasme más que romper un papel de regalo! Ni siquiera tengo nada en contra de las ventas ni de las campañas comerciales. Los anuncios siempre me han parecido un entretenimiento mejor que los propios programas de televisión. Nada más lejos de mi intención que aguarles la fiesta. Pero es que escucho ” San Valentín” y me chirrían un poco los dientes. ¿Qué le voy a hacer? No lo puedo evitar.
Desde que comienza febrero no hay escapatoria posible, empieza el bombardeo de imágenes de jóvenes amantes, guapos, altos, delgados, ideales; todo aderezado con canciones ñoñas, frases cursis y postales llenas de corazoncitos.
Son muchos los que se aprovechan y otros tantos los que sucumben ante este festejo y no resisten a la tentación mercantil. Flores, tarjetas “pre-escritas”, citas perfectas, ofertas para cenas especiales, y si alguno ha sido muy pero que muuuy bueno, incluso será merecedor de alguna escapada a un destino paradisiaco, o “inclusísimo” de una joya. ¡Vaya! Esa si que se ha portado bien! ¡Toda una declaración de amor! Eso si, una declaración que te marcan los escaparates y la publicidad! No es que a ti se te haya ocurrido esa genial idea de sorprender a tu pareja con un regalo increíble, es que temes quedar mal si no apareces con nada.
Total, que “San Valentín” llega a ser una sobredosis de romanticismo en vena. Que nadie me odie, tampoco estoy en contra del romanticismo. Pero para mi que al romanticismo le pasa lo mismo que a la sinceridad, es una cosa preciosa y escasa pero a veces está sobrevalorada. Casi seguro que no es sinceridad lo que esperas cuando preguntas: “¿Esto me hace gorda? “. Pues tampoco creo que una caja de bombones vaya a hacer explotar la llama del amor. ¡Un contrato firmado para limpiar el baño durante un año, eso si que es una prueba de amor!
Pongamos que ha amanecido el dichoso 14 de Febrero y para empezar la mañana has discutido con tu pareja. En medio minuto se ha organizado la bronca del siglo. Ha temblado el cielo y la tierra y te has acordado de su madre, de su padre y de todo su árbol genealógico. Y así llevas todo el día de mala leche y maldiciendo por lo mismo. Sales del trabajo y vuelves a casa. Abres la puerta, dejas las llaves, sueltas un sonido parecido a un saludo. Te lo cruzas por el pasillo con cara de pocos amigos, esperas tu turno para la ducha. Durante una hora lo más parecido al diálogo ha sido una especie de gruñido con el que te recriminan que se hace tarde. Media hora después, los dos de punta en blanco camino a esa maravillosa cena programada de San Valentín, aún sin mediar palabra, porque ¡joder! ¡Es el día de los enamorados!
Lo siento, pero después de largos años de deliberación estoy en condiciones de declararme oficialmente “anti-San Valentín”. Así que si a ti te pasa lo mismo, ya sabes que al menos hay otro ser extraño igual que tú.
Yo propongo que, si estás enamorado – o algo parecido – que nadie decida cual es tu día. Si llegas un día a casa con instintos asesinos y tu novia dice algo chistoso y te hace reir, regálale unos tacones carísimos de veinte centímetros que probablemente nunca usará. Si después de una mala semana has sido la viva imagen de la niña del exorcista y la malvada bruja del Este y él ha hecho como que no se ha dado cuenta, invítalo a cenar. Si después de un arrebato vengativo tiraste su camiseta preferida y te perdonó, llévale el desayuno a la cama los fines de semana durante un mes. Si aguanta tus comidas familiares todos los domingos, regálale un par de noches de sábado y una botella del mejor vino que te puedas permitir.
Si por el contrario eres de los que gustan de estas fechas señaladas. ¡Adelante! Haz como si no hubieras leído nada de todo esto.
Si tu caso es que no tienes enamorado, ni trono, ni reina, ni nadie que te comprenda, no te dejes llevar por la depresión en este día. Auto-regálate tus tacones de veinte centímetros, o tu botella de vino y prepárate una cena espectacular siendo el dueño/a absoluto/a del mando a distancia. Y alégrate, porque no tienes que asistir a comidas con suegras ni cuñados. ¡No hay mal que por bien no venga!
Maeve.
Yo también me declaro anti San Valentín.. que pasa que ese día las neura snos funcionan de otra manera, que pasa que tenemos que esperar a ese dia para demostrar lo mucho que queremos a nuestra pareja…
En fin un invento del Corte Inglés para empezar el mes con ventas ya que lña cuesta de enero se ha dejano notar año tras año…
mu bueno, me incluyo en lo de anti-san valentin ese, si no la quieres durante todo un año la vas a querer en ese día en especial, bah bobadas y lo mismo la navidad y los reyes magos que son la primera gran mentira que nos pegan en la vida